La historia de película de Agustín Izoard. Argelia, Mar del Plata, Francia. La plaza Colón como faro. El puerto y Aldosivi. Una conmovedora carta que anuncia su fallecimiento mediante LA CAPITAL, en 1919. El giro radical y los motivos insospechados. Un guión para el Oscar.
Nota publicada el 19 de julio de 2020 y seleccionada para el Suplemento 117° aniversario de LA CAPITAL.
Por Juan Miguel Alvarez
@jmalvarezmdq
“Son las últimas voluntades de un soldado francés, el sargento Agustín Izoard, residente en Mar del Plata, caído frente al enemigo”.
La carta comienza, así, sin demasiados preámbulos, acaso con la intención de recuperar algo de la urgencia perdida en el largo viaje a través del Atlántico. Había sido enviada el 28 de diciembre de 1918 desde el Hospital de Merviller (Francia) con la firma del soldado Georges Rollin y publicada recién por LA CAPITAL el 14 de febrero de 1919.
La ciudad recibía con dolor el terrible desenlace de un héroe de la Primera Guerra Mundial. Era, además, la tercera puñalada para la familia Izoard, porque antes habían caído en batalla Gastón y Alberto, hermanos de Agustín. Aquí también lloró a la víctima Adolphine Morán, quien quedó viuda tras una efímera vida en matrimonio.
Agustín (Augustin), nacido en 1892 en Argelia, por entonces colonia francesa, llegó a Buenos Aires junto a su madre y ocho hermanos en febrero de 1908. Esta familia, como tantas otras, subió al barco “Formosa” en el puerto de Marsella con el sueño de encontrar en el lejano país de Sudamérica un futuro mejor.
¿Por qué Mar del Plata como destino final? Parientes que se habían asentado aquí los sedujeron en sus cartas con imágenes de la plaza Colón, diciendo que eran terrenos propios.
Agustín Izoard vivió en esta ciudad entre los 16 y 22 años y, como sus cinco hermanos varones, fue empleado por la empresa de “Allard, Dollfus, Sillard & Wiriot”, la firma que participó de las primeras obras para la construcción del puerto.
Su nombre también quedó grabado por ser parte del origen de Aldosivi, que -con una pequeña variante- tomó el nombre de la combinación de iniciales de aquella constructora francesa: en mayo de 1913, fue protagonista del primer partido en la historia del club portuense, un amistoso ante Atlético Mar del Plata. Lo hizo por pedido de sus compañeros, el fútbol no fue su gran pasión o la actuación estuvo por debajo de lo esperado, ya que después no jugó más.
Por lo tanto, no integró el equipo de Aldosivi que el 13 de julio del mismo año debutó oficialmente en la Liga Marplatense ante Pedro Luro. Su patriotismo estaba por delante de todo: ese domingo prefirió ir al Hotel Colón para celebrar, junto a 129 franceses, el aniversario (que era el día posterior) de la toma de la Bastilla. Puede ser que allí hallara el estímulo para ofrecerse como voluntario en el Ejército francés al que pertenecería y que le habría de cambiar su vida.
“Era mi compañero de combate desde 1915. Siendo los dos casi americanos, visto que yo resido en Nicaragua, éramos como dos hermanos. El 14 de octubre, designado, como yo, a tomar por asalto, con una sección, un nido de ametralladoras, salió con sus hombres a las tres de la tarde. Yo le servía de refuerzo. Diez minutos después, era dueño de la posesión enemiga. Al caer de la tarde, una contraofensiva era dada por los enemigos; entonces, Izoard, desbordado por todas partes, se defendía como un tigre; sus hombres caían uno tras otro; a mí me era imposible de socorrerlo, visto que caía una lluvia de fierro; en fin, me decido a saltar, y llegando a él, lo veo caer con una bala en el pecho”.
En 1914, un 27 de junio, Agustín contrajo matrimonio con Adolphine Morán en Mar del Plata. Y, recientemente casado, con 22 años, decidió ir a luchar por su patria a miles de kilómetros. Con un entusiasmo algo ingenuo, partió junto a cuatro de sus hermanos desde la Estación Norte de ferrocarril y el 14 de agosto se embarcó en un clima de fiesta en el puerto de Buenos Aires junto a cuatro de sus hermanos: Alberto, Gastón, Eduardo y María, quien ofició de enfermera. Un mes después, llegó a Francia y empezó a escribir otra historia, literalmente.
Agustín Izoard integró el 50e Regimiento de Infantería y luego el 8e Regimiento de Infantería. Participó de los combates más importantes de la Gran Guerra, fue herido tres veces y los gases asfixiantes le dañaron la vista y los pulmones. Por su valentía, obtuvo dos menciones militares.
En julio de 1917, le otorgaron una “licencia” y regresó a Mar del Plata. La noche del 13 de ese mes, con motivo de la tradicional fiesta de su país, el Comité Patriótico Francés organizó un homenaje especial para el héroe. Él dio un breve discurso, cantó fervientemente “La Marsellesa” y fue ovacionado por los presentes en el Hotel Famille. Pero su cabeza seguía en la guerra, a la que regresó más lejos del frente de batalla: su nuevo rol era como formador de artilleros.
Por ese motivo, sorprendió a todos aquella carta que llegó en el verano de 1919 a nombre de su compañero Rollin.
“Reconociéndome, me dijo: escriba al director de LA CAPITAL, calle San Martín, en Mar del Plata, diciéndome que sea amable de saludar al pueblo marplatense por la buena manera en que fui recibido el 13 de julio de 1917… Fueron estas las últimas palabras de este héroe, que lloré y que llevé yo mismo a la tumba, porque horas después recibí dos balas en el pecho y tengo mis días contados, pero antes quiero hacer el gusto de mi querido amigo. Como nunca me habló de parientes, no sé si los tiene. Esperando que la satisfacción será dada a un soldado muerto por el derecho y la libertad, señor director, mis respetuosos saludos”.
Muchos años después, Berta Izoard escuchaba en la voz insuperable de Gardel el tango “Silencio” (en la familia decían que estaba inspirado en la madre de los Izoard), cuando llegó una carta a su domicilio de la calle Alejandro Korn. La procedencia era Charleville-Mézières y el remitente, nada menos que su hermano Agustín. “Salí de la guerra con muchas heridas, pero con vida. Me he casado otra vez. Tengo cinco hijos. Y de trabajo ando bien, pues formé una empresa constructora y esto va hacia adelante”, explicó sin rodeos. Entonces, no había muerto en la Primera Guerra Mundial.
En 1970, medio siglo después de su partida, Agustín regresó de visita a Mar del Plata. Llegó acompañado por su hija Huguette, quien trabajaba como secretaria del general Charles de Gaulle. Ese viaje a los 78 años fue el inicio del cierre de su historia de vida.
El condecorado exsargento tenía varias cicatrices de guerra y una mandíbula de platino, ya que la suya fue destrozada por una bala. Había quedado viudo de su segunda esposa, tenía siete hijos y varios nietos. Aquí, pudo ver el puerto por el que había trabajado y disfrutó unos días de parte de la familia que había dejado atrás cuando decidió quedarse en Francia.
Agustín Izoard no había fallecido de la forma heroica que narró su compañero Georges Rollin, quien, por otro lado, y de acuerdo a su registro militar, también sobrevivió a la guerra y residió en Argelia, donde lo había hecho toda su vida. Posiblemente, a Nicaragua sólo viajó imaginariamente.
El héroe de guerra murió a los 92 años el 12 de septiembre de 1984, en Charleville-Mézières.
El mismo año que había llegado la carta anunciando su deceso a LA CAPITAL, Agustín se casaba en Francia con Blanche Josephine Turquin y nacía su primer hijo, Robert Jean Izoard.
El soldado que, con un coraje ejemplar, estuvo en primera línea de batalla ante los ejércitos alemanes y se repuso a heridas de gravedad para continuar la lucha por su patria, quizá no se animó a enfrentar a su esposa de Mar del Plata para decirle que en la guerra también había encontrado un nuevo amor.
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La nota seleccionada fue publicada el 19 de julio de 2020, cuando el tema dominante era el Covid-19. Sin la vorágine de la actividad cotidiana, el archivo de LA CAPITAL se convirtió en un lugar ideal para largas horas de encierro. Entre diferentes lecturas, un título de la edición del diario del 14 de febrero de 1919 captó la atención: “Marplatenses en la guerra”. La nota incluía una carta asombrosa, en la que un soldado relataba con lujo de detalles la heroica muerte en el campo de batalla de su compañero Agustín Izoard. Pero más increíble era la historia oculta, revelada cien años después. Encontrar datos de un personaje “anónimo” no resultó tarea sencilla. Sin embargo, la reconstrucción pudo realizarse gracias a la sorpresiva cantidad de datos aportados por diversas fuentes: Museo del Hombre del Puerto, actas militares, de nacimiento, de casamiento, charlas con la sobrina nieta del protagonista, etcétera. Fueron varios días inmerso en un solo tema. Una historia atrapante que vale la pena contar nuevamente…
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